(Re) Unión

Millones de fanáticos alrededor del mundo ignoraban que un casamiento serviría de excusa para que se volvieran a ver las caras. Habían pasado años de disputas legales y verbales a través de los medios. Decenas de amigos y conocidos se fueron alejando por miedo a quedar en medio de la batalla y ser alcanzados por las esquirlas. Seres humanos cruzando límites de los que es imposible volver. Cosas que, muchas veces, sólo el dinero es capaz de arreglar.

Micky había decidido coronar una relación de más de diez años con Sarah con una boda por demás particular. Técnico de guitarras de los Guns N’ Roses, amigo de todos, se había convertido en poco más que el ladero incondicional de Slash en la banda. Era su confidente y el que estaba siempre presente para rescatarlo en las noches de borracheras y drogas. Una anécdota cuenta que Micky tuvo que trompearse con un travesti cafishio, que le sacaba dos cabezas, y que pretendía cobrarse los servicios que sus putas la habían dado al guitarrista accediéndolo carnalmente.

Slash lo adoraba. Era una especie de hermano menor, alguien a quien consideraba cercano, con gustos similares y una pasión desmedida por la música. Él hubiera pretendido cuidarlo y guiarlo, pero lo cierto es que de los dos era el eslabón débil de la cadena. Detrás de la apariencia de rockstar que todo lo podía había un tipo por demás frágil, en ocasiones temeroso al éxito e inseguro con sus habilidades. Por todo esto, Micky fue un puntal. Algo más que un asistente.

Con Sarah se conocieron en una de las giras de la banda cuando, en un afán de pretensión y grandiosidad, incorporaron músicos de orquesta para tocar en vivo uno de los éxitos más grandes del grupo: November Rain. Violinista de la Filarmónica de Nueva York y con una exigente formación clásica en la Escuela Juilliard, Sarah menospreciaba la música de los Guns pero la plata que le habían ofrecido por veinte conciertos a lo largo y ancho de los Estados Unidos sólo la podría ganar con un año entero de trabajo en la Filarmónica. En el fondo era excitante ser parte de una maquinaria tan grande, algo que habitualmente no sucedía con músicos de su tipo.

Aquella temporada viajó durante dos meses junto al grupo por ciudades como Phoenix, Las Vegas, San Francisco, Los Ángeles, Chicago, Miami, Mineápolis y Seattle. Tiempo suficiente para compartir aventuras y que naciera el amor con Micky. En el medio del bullicio, las más de 50 toneladas de equipos y escenario, los cambios permanentes de hotel y ciudad, y la atención dedicada y obsesiva de los paparazzis, ellos lograron una conexión profunda que parecía abstraerlos de todo lo que los rodeaba. La relación fue auspiciada y alentada por todos. El único que siempre pareció ajeno y distante fue Axl. Micky, sobrino segundo, había entrado a los Guns de su mano. El líder de la banda ya había soportado su cercanía con Slash pero no estaba dispuesto a aguantar esta nueva “distracción”.

Sarah lo odiaba con especial ahínco. Las veleidades de divo del cantante eran más de lo que podía tolerar. Solía criticar desde su forma de caminar o vestirse hasta sus excéntricos pedidos de catering. Muchas veces entraba a hurtadillas en el camarín para robarle las botellas de Evian o dar cuenta de los bocaditos de salmón rosado o de panceta ahumada. De Slash, al menos, respetaba su virtuosismo con el instrumento, sus momentos de introspección y que fuera casi un hermano de Micky.

Esa relación tan sólida y especial fue la que le terminó dando el marco al casamiento de Micky y Sarah: The Hamptons Beach, Long Island, la casa de veraneo del ex guitarrista de los Guns N’ Roses. También se terminaría convirtiendo en la excusa perfecta para que Axl y Slash se volvieran a ver las caras, muy a pesar de ellos. Sólo por amor a Micky.

Como toda estrella que se precie, Axl llegó tarde, en una limousine blanca y escoltado por un equipo de seguridad compuesto por dos motos Harley Davidson y un Jaguar último modelo. Cuando los gorilas que lo protegían abrieron la puerta de la limo se lo vio asomar completamente de blanco, con un sombrero de ala ancha; frac, chaleco, camisa y pantalón al tono; un pañuelo de seda italiana color gris con líneas negras; y botas de cuero de víbora verde oscuro. Se incorporó ayudado por un bastón de marfil con incrustaciones de oro. De su boca pendía un habano humeante que le ayudaba a dibujar una mueca de autosuficiencia exuberante. Nadie salió a su encuentro. Solo, se fue mezclando entre los invitados, intercalando breves saludos, percibiendo la tensión del momento.

En los jardines que rodeaban la casa con el césped prolijamente cortado y enmarcados por flores y árboles autóctonos, los invitados participaban de animadas charlas y disfrutaban del cocktail de recepción: bocadillos compuestos por canapés de salmón ahumado y caviar, brochetas de pollo a la miel, y tradicionales piezas de sushi como el Roll o el Sashimi; todo regado por botellas de champagne Krug, vino tinto Barolo del Piamonte italiano, o cerveza Grolsh para los más sedientos. Como cortesía de la casa, Slash se acercaba a los distintos grupos ofreciendo cigarros Cohiba Espléndidos.

La casa que había adquirido junto a su esposa Perla Ferrar era una maravillosa expresión del modernismo resuelta en una sola y amplia planta en forma de L. Los exteriores, completamente vidriados, no solo permitían husmear en la intimidad de la vida de una estrella de Rock sino que también brindaban un contacto cercano y directo con el entorno. Tanto la cocina como las dos salas de estar, a distintos niveles, permitían observar a lo lejos la presencia imponente del mar. Lo mismo sucedía con la habitación principal, ubicada en el entrepiso: pequeña pero acogedora y con el espectáculo de la naturaleza a los pies. El lugar contaba con su propia salida privada a la playa, además de piscina, gimnasio y una sala de cine. El anexo para huéspedes, que se había agregado recientemente, permitía cumplir el sueño de la pareja de tener su casa llena de amigos y familiares durante la temporada estival.

Luego de que un grupo de empleados acomodara unas plataformas para que los invitados dejaran su calzado, se invitó a los asistentes a desandar el serpenteante sendero de madera recién lustrada que desembocaba en la playa. Allí se amontonaban un conjunto de sillas plegables de metal formando un círculo. En el medio, una alfombra persa de extraordinaria calidad y dos mullidos almohadones con corazones flechados por guitarras, completaban la escena. A un costado de la rueda, una pequeña mesa blanca sostenía un tintero y un pergamino que se batía suavemente al ritmo de la brisa marina.

Una vez que los invitados ocuparon sus respectivos lugares, los novios entraron de la mano y se ubicaron sobre la alfombra. Tras mirarse tierna y profundamente durante unos segundos y con el aplauso de los asistentes como banda de sonido, se sentaron uno frente al otro sobre los almohadones, con las piernas cruzadas, y simplemente se dedicaron a observarse con detenimiento, acariciarse y sonreírse en el más absoluto silencio.

Estábamos presenciando una boda al estilo cuáquero.

En Inglaterra a finales de los años 1640, después de la Guerra Civil Inglesa, surgieron muchos grupos cristianos disidentes. Un joven llamado George Fox no estaba satisfecho con las enseñanzas de la Iglesia de Inglaterra y se convenció de que era posible tener una experiencia directa de Cristo sin la ayuda de un clero ordenado. El tema central de su mensaje del Evangelio era que Cristo había venido a enseñar a su pueblo. Se hicieron conocidos en los Estados Unidos, entre otras cosas, por su activa participación en la abolición de la esclavitud.

Los Quakers tienen diversas creencias teológicas y en sus reuniones, generalmente, no hay oficiantes. Todos observan y acompañan en silencio hasta que uno de los participantes sienta que Dios se quiere manifestar verbalmente a través suyo. Entonces, debe ponerse de pie y compartir el mensaje hablado delante de los demás. A veces una reunión puede resultar totalmente silenciosa.

La introspección y quietud del momento incomodó a varios. No suele ser una práctica humana habitual. Pero a medida que fueron pasando los minutos, la intimidad cómplice de la pareja se fue trasladando a los invitados haciendo todo aún más conmovedor. Como si faltara algo, la madre de Micky se paró para decir unas palabras impelida por la presencia del Señor pero solo logró romper en un llanto profundo y emotivo.

Minutos más tarde el “iluminado” resultó ser nada más ni nada menos que Axl. Descalzo y con su pantalón arremangado, se paró, ya despojado de sus adornos de artificio y con vos temblorosa expresó:

“Sé mis alas en la tempestad
o el fruto que se deshace en mi boca,
la razón que silencia mis deseos suicidas,
el resplandor en el agobio de la derrota.

Seré la salvia de tus temblorosas curvas
y el vino de estío que tiña tu boca,
o un anillo de fuego que te proteja
de la inmortalidad de tus penas.

Desgarra mi alma si fuera necesario
pero por favor, nunca me faltes.

Sólo quiero decir: perdón.”

Bastaron 45 minutos de silencio apenas interrumpidos por el rugido del mar, el graznido de las gaviotas, el poema de Axl y el llanto de una madre abnegada, para que Micky y Sarah estuvieran por fin unidos por el resto de sus vidas. Los invitados, incluidos los más pequeños, comenzaron a firmar el certificado de matrimonio como registro de lo presenciado mientras se confundían en besos prolongados y abrazos efusivos.

El impacto de la ceremonia fue tan profundo que cuando Slash se acercó a Axl nadie temió que algo malo pudiera suceder. Todo el mundo comenzó a observar la escena de reojo como si no se quisieran entrometer entre esos dos hombres que hacía años se debían un dialogo sincero y sin rodeos. Cruzaron algunas palabras de ocasión y se fueron alejando del grupo rumbo al mar. Mojaron sus pies y empezaron a recorrer la orilla alejándose rumbo al ocaso. El atardecer de aquella bucólica tarde marcaba el fin de una etapa y el comienzo de una nueva, juntos o separados, pero con las heridas restañadas.

Esa conversación, caliente y en carne viva, dispararía consecuencias impensadas. ¿Podrían limar asperezas y volver a conformar un bloque sólido? ¿Era posible aún componer con el tipo al que se defenestró durante años? ¿Realmente trataron en esa caminata la posibilidad de reunir a la banda o solo fue una conversación de dos viejos amigos en la que Axl confesaría que la mujer que se acababa de casar esperaba un hijo suyo?

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Según el diccionario de la Real Academia Española consultado gracias a los santos evangelios de Google, el Correveidile es una persona que lleva y trae cuentos y chismes. La palabra surge de la frase "corre, ve y dile".


Muchas veces ninguneados y acusados injustamente de alcahuetes, han sido fundamentales para ponerle un poco de pimienta a nuestras vidas.


En definitiva, el Correveidile no es más que un mensajero interesado en que se sepa lo que pasa. Ese es mi compromiso con ustedes, manga de buchones!!! Espero no defraudarlos.

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