Reflexiones sobre el Pochoclo

¿Corresponde ver una película francesa comiendo un pote repleto de pochoclo?

¿Tiene algún sentido esta pregunta? Seguramente no, pero es el tipo de interrogantes en los que suelo perder el tiempo. Me puedo imaginar sumergido en una bañadera llena de maíz inflado viendo Terminator o Duro de Matar. Pero, ¿cine europeo?

Atormentado por este dilema llegué al Abasto para ver la película Entre los muros (Entre les murs) del director francés Laurent Cantent, autor entre otros del aclamado film Recursos Humanos (Ressources Humaines).

Las salas que se encuentran en el shopping corresponden a la cadena Hoyts, que es algo así como el paraíso para los amantes de las palomitas de maíz. Basta subir al primer piso para darse de bruces con una interminable oferta de precios, tamaños y sabores. Si uno evita la tentación y sigue viaje hacia el segundo piso, todavía queda todo un mostrador al que resistirse.

Ubicado en mi butaca de la cuarta fila me preocupé por ver si el resto de los mortales compartía mis pensamientos. Bastaron minutos para observar a emocionados espectadores haciendo equilibrio con sus manos llenas de calorías. Y tan solo segundos, para escuchar como las mandíbulas comenzaban a fagocitárselo todo. El crujido es sonoro, y debo admitirlo, tentador. Si uno presta atención puede diferenciar el ruido de un cheetos del de una papa frita, y hasta el de un pochoclo dulce de uno salado.

Tratando de agudizar más aún mi oído, me ví sorprendido por el comienzo de los avances. Entre las prometedoras imágenes de los próximos estrenos hizo su aparición uno de mis más grandes enemigos de todos los tiempos. Un ser petulante, indigno y dueño de un carisma prefabricado: Pochoclín.

El tipo ahora maneja un plato volador y le indica a los espectadores que deben hacer durante las próximas dos horas de su vida. Lo hace todo con una sonrisa sobradora, de quién se piensa superior al resto. Pero quién te crees que sos Pochoclín!!! En más de un momento tuve ganas de saltar de mi butaca indignado, pero me recordé una y otra vez que no era más que una caja de cartón con el cerebro lleno de maíz inflado.

Mi encono con este sujeto viene de varios años atrás, cuando compartía cartel con la señorita Pepsi a la cuál sedujo con sus artilugios de dibujo animado. Pochoclín nunca me pareció un tipo potable para ella. Pero le vendió su esencia almibarada y así le fue consumiendo una a una sus burbujas hasta dejarla sin su seductora efervescencia. Pepsi, aquella belleza de labios rojos y carnosos, perdió su gracia y razón de ser. Se puso sosa y se fue derrumbando hasta desaparecer de los lugares que solía frecuentar. Eso bastó para que se ganara mi ternura y cariño. Hoy no sé nada de ella.

Cuántos paralelismos con la vida real!!! Y después de eso vino la peli, y más recuerdos, sobre todo de mi inolvidable experiencia como docente. Parece que en todo el mundo pasan las mismas cosas. Parece que somos varios los que queremos seguir brindándonos a pleno por el prójimo. Entonces los proyectos reverdecen una vez más porque están en el camino correcto. A pesar de las demoras y de las torpezas, hay algo intangible que me une a la docencia. Y el cine tiene mucho que ver en eso.

Saliendo del complejo, me crucé con un pote de pochoclos prolijamente acomodado en el suelo. Desde el envase, Pochoclín me observaba socarronamente. Decidí pasarlo por alto, como quién ignora a aquellos seres sin sentido ni substancia que a veces nos rodean. Pero como si se hubiera producido un pase mágico, recordé la sonrisa pícara de ella. Y no pude evitar sonreír, una vez más.

Reunión de Consorcio

Sin pensarlo mucho, desande las cuadras que separan mi casa, la de toda la vida, de mi casa, la nueva, la que está en el proceso de refacciones más largo que la historia de la construcción recuerde. A todos nos llega. A veces solos, a veces acompañados. Busco membresía en el club de hombres independientes y por fin abandono la casita de los viejos, en busca de nuevos horizontes.

El nuevo destino es cerca de casita, la de siempre. No vaya a ser que la lejanía me haga morir de inanición. Además, en Canal 13 dicen que estar cerca es bueno. Nunca me llevé con el Grupo Clarín pero esta vez les hice caso. Son cinco cuadras, que me alejan un poco más de Caballito y me sumergen en el Boedo profundo, el de los poetas desgarrados por mujeres que los abandonan, el de las chicas con sus rulos ochentosos, el de los transas tomando por asalto las calles durante las noches.


Caminando por las veredas arboladas de Carlos Calvo, me di cuenta que soy tan Boedo que estremece. Me reconozco en esa melancolía tanguera y en los bares que invitan a las reflexiones profundas y apasionadas. Ahora me acerco más a la neurálgica San Juan y Boedo, corazón de ese barrio que detenido en el tiempo se reinventa permanentemente.


En el palier del edificio me esperaba un grupo de seres desconocidos, compañeros futuros de viajes en ascensor, donde el tema del clima se repetirá incansablemente. Me recibieron entre curiosos y expectantes. “Soy el hijo de Foppoli”, dije sin más demora, “voy a vivir en el 5to. C”. Me sentí bienvenido. El Administrador se sacó las ganas de preguntar por mi madre. Resultó que la conocía de su época de supervisora. El trabajaba en una cooperadora escolar. Y si, el mundo es pequeño. A veces más de lo que nos gustaría.


El personaje central de esta historia llegó sobre el final, como corresponde. La del 4to C bajó del ascensor del fondo, decidida y con carpeta en mano. Bien aferrada a su pecho, como para que las verdades allí contenidas no cayeran en manos indeseables. “¿Vos quien sos?”, me preguntó amable. Puse el cassette de la presentación anterior y pronto comprendí que viviría exactamente arriba de ella. ¿Era este el fin de mi sueño de convertirme en estrella del malambo norteño?


Al verla tan encendida en el comienzo de sus intercambios con el Administrador se empezaron a hacer añicos mis fantasías sobre mujeres desnudas corriendo del living a la cama y mis prácticas con una distorsionada e implorante Fender Stratocaster. Para darle plafón y curso a ese y otro tipo de excesos, seguramente tendría que comenzar a trabajar en su sensibilidad materna y en cierto morbo edípico, regalándole amplias y hermosas sonrisas cómplices. Todavía no son tiempos para excentricidades propias de un rockstar. Todavía no me mudé.


El orden del día, indicaba que el único tema a tratar era el arreglo completo de caños del edificio. Dos presupuestos combatían ferozmente por quedarse con el magro botín. Uno pertenecía a quien había comenzado el trabajo y lo había dejado a medio terminar en el mes de octubre, cuando un vendabal de críticas y oposiciones pararon las obras por tiempo indeterminado. El otro, se acercaba en valores, pero correspondía a un sujeto del que no se conocían mayores antecedentes. ¿Malo conocido o bueno por conocer? Esa era la cruel disyuntiva.


En ningún momento hubo agresiones verbales pero si un irritante y elevado tono de voz durante el debate, como cuando a uno lo llaman de otro país y grita porque piensa que el interlocutor está lejos y esa es la única forma de que nos escuche bien. Se escucharon sentencias tales como “eso es una falacia”, “los escombros que quedaron en la terraza son un foco de infección del dengue”, “se cansaron de meter palos en la rueda”, y “háganse cargo de la decisión que están tomando”.


Ésta última perteneció a mi amiga del 4to C, instantes después de haber perdido catastróficamente la votación por 7 a 2. Ganó malo conocido y eso generó el inolvidable momento de ver a mi vecina subiendo al ascensor furiosa para bajar nuevamente al minuto, pedir permiso para decir algo, tratar de votar nuevamente y retirarse ya vencida no sin antes aventurar catastróficas profecías al más puro estilo Lilita Carrió. Siguiendo la vieja tradición argentina en conflictos bélicos me abstuve de apoyar a alguna de las dos posturas. Pero confieso que hubiera preferido a bueno por conocer.


¿Resuelto? el tema en cuestión, los propietarios comenzaron a retirarse a sus aposentos. Los pocos que nos quedamos departimos sobre otras cuestiones como el cambio de cerradura de la puerta de entrada o pintar el edificio. Allí se habló de llaves mágicas que todo lo hacían, con poderosos imanes y registro de a que hora salía cada inquilino, para poder encorsetar a los que dejaban la puerta abierta por descuido o como modus operandi para no tener que bajar en reiteradas ocasiones a recibir a las visitas. Nos estábamos yendo cuando el Administrador se percató que no habíamos arreglado de qué forma se iba a pagar el arreglo de la polémica. ¿Quieren que les cuente el cuento de la buena pipa?


Como en los clásicos relatos circulares, aquello que parece el fin de una historia quizás no sea nada más ni nada menos que el mismísimo comienzo. Vociferantes, apasionados, por momentos ridículos pero nunca exentos de ternura. Esos son mis nuevos vecinos. Tan humanos, tan reales, tan imperfectos, que ya los estoy queriendo.

Puntapié Inicial

Estuve a punto de empezar este blog mil veces. Primero iba a ser estrictamente periodístico. Ninguneado en los medios, era una buena manera de despuntar el vicio, de vomitar algunas reflexiones sobre la realidad que nos toca vivir. Y estuve a punto de lanzar mi verba transformada en palabra escrita con la famosa crisis entre el Gobierno y el Campo. Había tanto para decir… y estaba todo tan dicho, que el blog nunca arrancó. Pero les juro que estuve a un pasito nomás.

¿Qué pasó ahora para que finalmente arrancara? ¿Estoy impactado por las “ganas” de Obama de conocer a Cristina? ¿O necesito entender la metamorfosis del Peronismo, varias veces más conmovedora que la de Kafka? ¿Es el Ogro Fabbiani el nuevo ídolo de River? ¿Riquelme tiene que estar en la Selección o es un pecho frío?

No son los grandes temas nacionales los que me urgen. Señoras y señores, una mina me acaba de pegar una memorable patada en el culo dejándome en un estado que la ciencia tranquilamente podría denominar “sensibilidad extremis”. Acá estoy, recién caído de mi propio pedestal, con la montura de mi caballo negro de sombrero, mirando para todos lados, tratando de encontrar el rumbo.

Resulta paradójico, como los peores sentimientos de una persona, pueden ayudar a derribar un muro prolijamente construído a lo largo de los años, ideado como defensa para los ataques del desamor y la desilusión. Esos ejércitos jamás me volverían a vencer, no bailarían más un malambo new wave sobre mi frágil humanidad. Así fue como me convertí en un tipo fuerte, que todo lo podía. Eso hasta que un viento proveniente del sur azotó mi fortaleza y dejó al descubierto las miserias que se escondían tras esas paredes.

Ahora los ladrillos caen a mí alrededor sin solución de continuidad, en cámara lenta, como si se tratase de un diabólico Lego de ensueño. Sin embargo, me mantengo de pie, desnudo y desprotegido, pero digno. A lo lejos, comienzo a divisar una figura difusa que se aproxima.

¿Será que la vida me ha dejado calibrado para el amor de verdad?

Datos personales

¿Sos un Correveidile?

Según el diccionario de la Real Academia Española consultado gracias a los santos evangelios de Google, el Correveidile es una persona que lleva y trae cuentos y chismes. La palabra surge de la frase "corre, ve y dile".


Muchas veces ninguneados y acusados injustamente de alcahuetes, han sido fundamentales para ponerle un poco de pimienta a nuestras vidas.


En definitiva, el Correveidile no es más que un mensajero interesado en que se sepa lo que pasa. Ese es mi compromiso con ustedes, manga de buchones!!! Espero no defraudarlos.

Vistas de página en total

Mensajes

Entradas populares

Mi lista de blogs