Camino de Imágenes

Ella espera por nosotros al final del camino.

Las recomendaciones antes de partir. Las advertencias premonitorias: “No se olviden de ir al baño antes de salir”. Los elementos identificatorios. El plano con el acampante transformado en caminante, señalando los lugares de descanso. Cataratas de pedidos. Caudalosos ríos rebosantes de promesas por cumplir. Agradecimientos tan vastos como un lago en calma. Un buen día para volver a creer.

El micro que nos traslada al punto de partida. El sol quemando de costado. Las huellas que no quedan marcadas en el asfalto caliente y abrasivo, como si cada paso fuera un volver a comenzar. Los que al principio saltan. Los que prueban caminar de espaldas. Los que empujan el carrito. Los parlantes que aturden con una cumbia pegadiza.

Los puentes y las vías como vasos comunicantes. Las banderas de tu equipo o grupo favorito. El humo de los choripanes. El sándwich de jamón y queso. El de milanesa. El olor a mandarina pegado en mi mano hasta la próxima ducha. La barrita de chocolate para energizarse. Los palitos de la selva. Los sueños compartidos.

El camino que se bifurca y los desprevenidos de siempre que se pierden. El vaso con caldo caliente. La pava con café. Dos piernas que apuntan al cielo. Un dedo meñique que exige sanación inmediata. Los culos silenciosamente paspados. El inconmensurable amor del que no camina, pero tiende su mano generosa para dar alivio al prójimo.

Un pie después de otro. Un bastón para sostener tanta fe y esfuerzo. Una charla que haga olvidar esas luces inalcanzables. Una palabra de aliento que no nos haga sentir tan solos, sino parte de un todo. Cientos de miles de almas cargando con entereza el peso de sus anhelos y frustraciones. Una guía espiritual que nos cobija con su manto cálido.

Los que ahora caminan para atrás más tiempo que antes. Los que saltaban al principio que ya no saltan más. Los que se enteran que después del primer puente todavía falta el segundo. Un brazo que se transforma en eslabón de una cadena y que ayuda al que se siente débil pero ilusionado. Tan solo seres humanos, despojados de sus actitudes, de sus poses, de sus miserias, necesitando por una vez del otro si ningún atisbo de duda, desconfianza o vergüenza. Y un guía espiritual, un padre de la vida, que contagia con su energía inagotable.

El contacto con los otros. El contacto con uno mismo. Reencontrase con el otro al final del camino para compartir la experiencia trascendente. Comprobar una vez más que absolutamente todo es posible y que en general depende de nosotros mismos. Llorar vaporosas lágrimas de emoción, porque ya ni siquiera hay energías para fabricar las de siempre. Abrazarse conmovido. Sonreír satisfecho. Sentirse purificado. Empezar a soñar el maravilloso momento del reencuentro con la cama después de haber estado en el mejor spa a cielo abierto del mundo. El único que te ayuda a sanar las heridas del alma.

El novato, ansioso por capturar tantas imágenes y por sentir en el cuerpo las distintas sensaciones, se acerca tímido a repetir la misma pregunta de todos los años.

- Profe, ¿llegamos a Luján?
- Yo tengo fe que si, ¿y vos?

1990-2009: 20 años caminado como compañero, amigo, hermano, pretendiente, novio, ex-alumno y profesor. Una vida en la ruta haciendo terapia espiritual siempre acompañado por mi familia: el Arturo Gómez.

Juego de Máscaras

Alzó su copa equilibrando su delgado cuerpo oblicuo. Aquellos tacos ajenos y los vapores del elixir parecían jugarle una mala pasada. Sonrió por todo lo ancho. Su cara no se lo permitía más. Se acercó tambaleante, como una metáfora de su vida toda, a celebrar su presencia. Lo vio tan distinto que lo amó al instante.

Las causalidades la habían llevado a participar de aquello que le parecía un baile de máscaras, donde lo aparente pisoteaba a lo real con desparpajo. Pero él le hizo sentir que podía tirar el mascarón de su barco y navegar de su mano hacia aguas más profundas. Ella lo invitó a compartir su inconmensurable silencio. Y él aceptó, pensando que bastaba con llenarlo de palabras para saciarla.


La distancia los retroalimentó con la intensidad de las cosas que queman. Se sintieron como un incendio forestal imposible de controlar. La cercanía, sin embargo, tuvo el efecto de un bálsamo acuático. Hubo llama pero no fuego descontrolado. Ella se quedó esperando sus miradas, sus abrazos, sus historias; mientras, el volteaba a su lado, en la cama, buscando razones para entender lo que pasaba.


Pronto, ella se empezó a dar cuenta que sus besos ya no la dejaban agitada y en puntas de pie como las primeras veces. Y se sintió morir un poco. Una vez más. Creía que había comenzado a florecer pero el espejo insistía en mostrarle lo marchita que estaba. Ese ser que sentía tan parecido, se transformaba paso a paso en algo ajeno e inalcanzable. A pesar de intentarlo, tuvo que decidirse a abandonar aquel dolor por esa puta certeza de que no era posible.


Ausente, perdido en sus devaneos y tribulaciones, él la percibió recién cuando escuchó el crujido de hojas secas y se dio cuenta que su naturaleza estaba muerta. Desesperado, intentó juntar los pedazos desparramados a sus pies, pero faltaban piezas. Quiso detener el tiempo y girar en reversa la gran rueda, pero solo logró quedar atrapado en su propia trampa egocéntrica.


Ella ahora se peina frente a otro espejo. Su largo cabello negro sigue terminando donde empiezan los suspiros. Suele estar enredado. Pero la vida le ha dado la sapiencia para desenrollar la madeja una y otra vez. Una máscara facial cubre su rostro. Lo nutre, lo deja terso y suave. Se mira al espejo y sonríe por todo lo ancho. Su cara no se lo permite más. Descubre que no todas las máscaras son para despreciar. No solo están las que ocultan sino también las que permiten reinventarse.

El Regreso

25 de mayo de 2009. El último día que la palabra eligió mostrarse, para desaparecer misteriosamente, en busca de sosiego o vaya uno a saber qué. El escritor acumuló reflexiones, nuevos pensamientos, historias, conversaciones. Pero no se vio motivado a volcarlas en el papel. Vaya uno a saber por qué.

Más de tres meses después, me avisa que vuelve, que todavía tiene mucho para decir y para dar. Que el retiro a veces es necesario. Que los nuevos comienzos están precedidos por viejos finales. Que cada historia no es nada más ni nada menos que una parábola de la vida toda y que cada nacimiento termina inexorablemente en la muerte.


Lo miro sorprendido por sus sentencias. Tengo la sensación de encontrarme de pronto ante un escéptico. ¿Dónde quedó aquel tipo al que la gente lo interroga cuando no le ve su usual sonrisa dibujada en el rostro? Me hace una mueca cómplice. Me dice que las personas no son ni más ni menos que esencias y que esas esencias nunca cambian. Son como las huellas digitales de la personalidad.


Lo veo disfrutar de sus nuevos espacios, vital, juguetón, inquieto, como sintiendo que esta en camino de realizar una serie de descubrimientos sorprendentes. Me dice que vuelve. Que hay muchas cosas para decir, para compartir. Que sus primeros escritos partieron de una irremediable necesidad de sentirse mimado. Pero que ahora va por más.


Como forma de despedida me deja un título: “Agradezco a la vida todo lo que me sigue enseñando”. Levanta sus cejas como diciéndome “tomá” y sonríe. Esta de vuelta. ¿Acaso se fue alguna vez?

Datos personales

¿Sos un Correveidile?

Según el diccionario de la Real Academia Española consultado gracias a los santos evangelios de Google, el Correveidile es una persona que lleva y trae cuentos y chismes. La palabra surge de la frase "corre, ve y dile".


Muchas veces ninguneados y acusados injustamente de alcahuetes, han sido fundamentales para ponerle un poco de pimienta a nuestras vidas.


En definitiva, el Correveidile no es más que un mensajero interesado en que se sepa lo que pasa. Ese es mi compromiso con ustedes, manga de buchones!!! Espero no defraudarlos.

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